Comentario
CAPÍTULO XV
De los monasterios de doncellas que inventó el demonio para su servicio
Como la vida religiosa (que a imitación de Jesucristo y sus sagrados apóstoles, han profesado y profesan en la Santa Iglesia tantos siervos y siervas de Dios), es cosa tan acepta en los ojos de la Divina Majestad, y con que tanto su santo nombre se honra y su Iglesia se hermosea, así el padre de la mentira ha procurado no sólo remedar esto, pero en cierta forma tener competencia y hacer a sus ministros que se señalen en aspereza y observancia. En el Pirú hubo muchos monasterios de doncellas, que de otra suerte no podían ser recibidas. Y por lo menos en cada provincia había uno, en el cual estaban dos géneros de mujeres: unas ancianas, que llamaban mamaconas, para enseñanza de las demás; otras eran muchachas, que estaban allí cierto tiempo, y después las sacaban para sus dioses o para el Inga. Llamaban esta casa o monasterio, acllaguaci, que es casa de escogidas; y cada monasterio tenía su vicario o gobernador llamado appopanaca, el cual tenía facultad de escoger todas las que quisiese, de cualquier calidad que fuesen, siendo de ocho años abajo, como le pareciesen de buen talle y disposición. Éstas, encerradas allí, eran doctrinadas por las mamaconas en diversas cosas necesarias para la vida humana, y en los ritos y ceremonias de sus dioses; de allí se sacaban de catorce años para arriba, y con grande guardia se enviaban a la corte. Parte de ellas se disputaban para servir en las guacas y santuarios, conservando perpetua virginidad; parte para los sacrificios ordinarios que hacían de doncellas, y otros extraordinarios, por la salud o muerte, o guerras del Inga; parte también para mujeres o mancebas del Inga y de otros parientes o capitanes suyos, a quien él las daba, y era hacelles gran merced. Este repartimiento se hacía cada año. Para el sustento de estos monasterios, que era gran cuantidad de doncellas las que tenían, había rentas y heredades proprias, de cuyos frutos se mantenían. A ningún padre era lícito negar sus hijas cuando el appopanaca se las pedía, para encerallas en los dichos monasterios, y aun muchos ofrecían sus hijas de su voluntad, pareciéndoles que ganaban gran mérito en que fuesen sacrificadas por el Inga. Si se hallaba haber alguna de estas mamaconas o acllas, delinquido contra su honestidad, era infalible el castigo de enterralla viva, o matalla con otro género de muerte cruel. En México tuvo también el demonio su modo de monjas, aunque no les duraba la profesión y santimonia más que por un año, y era de esta manera: dentro de aquella cerca grandísima que dijimos arriba que tenía el templo principal, había dos casas de recogimiento, una frontero de otra: la una de varones y la otra de mujeres. En la de mujeres sólo había doncellas de doce a trece años, a las cuales llamaban las mozas de la penitencia; era otras tantas como los varones; vivían en castidad y clausura como doncellas diputadas al culto de su dios. El ejercicio que tenían era regar y barrer el templo, y hacer cada mañana de comer al ídolo y a sus ministros, de aquello que de limosna recogían los religiosos. La comida que al ídolo hacían, eran unos bollos pequeños, en figura de manos y pies, y otros retorcidos como melcochas. Con este pan hacían ciertos guisados, y poníanselo al ídolo delante cada día, y comíanlo sus sacerdotes, como los de Bel, que cuenta Daniel. Estaban estas mozas, tresquiladas, y después dejaban crecer el cabello hasta cierto tiempo. Levantábanse a media noche a los maitines de los ídolos, que siempre se hacían, haciendo ellas los mismos ejercicios que los religiosos. Tenían sus abadesas, que las ocupaban en hacer lienzos de muchas labores para ornato de los ídolos y templos. El traje que a la continua traían, era todo blanco, sin labor ni color alguna. Hacían también su penitencia a media noche, sacrificándose con herirse en las puntas de las orejas, en la parte de arriba, y la sangre que se sacaban, poníansela en las mejillas, y dentro de su recogimiento tenían una alberca, donde se lavaban aquella sangre. Vivían con honestidad y recato, y si hallaban que hubiese alguna faltado, aunque fuese muy levemente, sin remisión moría luego, diciendo que había violado la casa de su dios, y tenían por agüero y por indicio de haber sucedido algún mal caso de estos si veían pasar algún ratón o murciélago en la capilla de su ídolo, o que habían roído algún velo, porque decían que si no hubiera precedido algún delito no se atreviera el ratón o murciélago a hacer tal descortesía, y de aquí procedían a hacer pesquisas, y hallando el delincuente, por principal que fuese, luego le daban la muerte. En este monasterio no eran admitidas doncellas sino de uno de seis barrios que estaban nombrados para el efecto, y duraba esta clausura, como está dicho, un año, por el cual ellas o sus padres habían hecho voto de servir al ídolo en aquella forma, y de allí salían para casarse. Alguna semejanza tiene lo de estas doncellas, y más lo de las del Pirú con las vírgenes vestales de Roma, que refieren los historiadores, para que se entienda cómo el demonio ha tenido cudicia de ser servido de gente que guarda limpieza, no porque a él le agrade la limpieza, pues es de suyo espíritu inmundo, sino por quitar al sumo Dios en el modo que puede, esta gloria de servirse de integridad y limpieza.